Se habla hasta el cansancio del amor romántico, de la amistad y, por supuesto, del amor de los padres hacia los hijos. Pero hay un lazo que, siendo tan decisivo en nuestra vida, solemos olvidar o dar por hecho: el amor de hermanos.
Ese amor puede nacer de la sangre o del vínculo. No son solo hermanos quienes comparten la misma madre, también lo son aquellos que nos acompañan en la vida cotidiana, que comparten dolores, triunfos y rutinas. Son quienes aprenden con nosotros a reírse de lo simple y a levantarse después de las caídas.
Hoy, en tiempos en que muchas familias optan por un hijo único o derechamente por no tener hijos, pareciera que la riqueza fraterna se reduce. Sin embargo, el amor de hermanos es un tesoro porque los padres envejecen y, tarde o temprano, parten. Son los hermanos quienes quedan a nuestro lado, junto a esos amigos entrañables que la vida nos regala.
El amor fraternal, lejos de ser perfecto, es real. Hay roces, distancias y silencios, pero los hermanos vuelven siempre a cruzar el camino de nuestra vida. En ese regreso silencioso se esconde su fuerza: son testigos de nuestra historia, compañeros de lo cotidiano, refugio en medio de la tormenta.
Decía San Agustín: “No hay amigo tan cercano como un hermano”. Y cuánta verdad encierra esa frase. Porque donde hay un hermano, hay memoria compartida, hay complicidad y también una brújula moral que nos recuerda quiénes somos.
En tiempos turbulentos, cuando las relaciones tienden a girar en torno al yo primero, yo segundo, yo tercero y cuarto mi sombra, cuidar a los hermanos es un acto de resistencia, un acto de esperanza y también un acto de defensa de la familia como núcleo de sentido. Las familias grandes, con más hermanos, tienen esa ventaja: multiplican los brazos que sostienen, las voces que aconsejan y los corazones que acompañan.
El amor fraternal no es accesorio. Es una de las columnas invisibles de nuestra vida. Cuidarlo es cuidar de nosotros mismos, porque en la risa de un hermano, en su abrazo, en su consejo o incluso en su silenciosa presencia, hay una certeza profunda: no estamos solos.
Un consejo sencillo: no des por sentada esa relación. Llama, visita, pregunta en qué están. Mantén vivo ese lazo. Tener hermanos es tener una fuente de fortaleza para enfrentar la vida con más herramientas, más resiliencia y más amor.
Por Nicolás Cerda Díez
Psicólogo Clínico
**Si quieres sugerir un tema de salud mental para esta columna, escríbele al psicólogo al whatsapp +56978655700